Una de las situaciones laborales obligadas por la Pandemia del Covid-19, ha sido la de tener que recurrir al Teletrabajo para poder darle continuidad a la operación de muchas empresas y a la educación en el país y en el mundo.
El Teletrabajo está regulado en Costa Rica por la Ley No. 9738 desde Septiembre del año pasado. Sin embargo, se viene hablando del tema hace mucho tiempo y siempre se ha considerado como un beneficio para el empleado (a), nada más alejado de la realidad en medio de la Pandemia.
Aunque la Ley dice que es un acuerdo voluntario entre las partes, la verdad, la Pandemia nos ha obligado a todos a realizarlo, en muchos casos sin tener las condiciones de espacio, equipamiento o conectividad necesarias para ello.
Compartí en mis redes recientemente una nota de Ana Vélez, que me hizo ver un lado de la ecuación, al que como empresario no le había dado la relevancia que tiene y aquí la comparto con ustedes: “Cuando estoy en una llamada o reunión y aparece un hijo saludando o asomándose a ver quién hay detrás de la cámara, una mamá ofreciendo café o hablando con una tía por teléfono, un bebé llorando, o hasta un perro ladrando; y el dueño (a) de esos sonidos pide perdón avergonzado, me siento avergonzado yo mismo; no por la interrupción, sino porque esa otra persona sienta esa presión.
No deberíamos tener que disculparnos porque los hijos sean niños, porque las madres quieran estar presentes en nuestros días o porque nuestro perro sea un perro. El teletrabajo abrió las puertas de nuestra casa, de nuestra humanidad, nos demuestra que por más que seamos profesionales, primero somos personas, hijos, padres. No nos disculpemos, demos la bienvenida con amor, abracemos nuestra humanidad”.
Esta nota me llegó a lo más profundo de las fibras emocionales, de inmediato recordé a mi pequeño hijo de 8 años que frecuenta venir a ver con quién estoy hablando en la computadora?, mete su cabeza en frente de la cámara y saluda sin saber de qué se trata la reunión? o con quién estoy conectado?. Él no diferencia una Junta Directiva de un reunión de departamento o de una sesión de ventas y en verdad uno se siente avergonzado porque cree que al trabajar desde su hogar debe presentar a los oyentes el mismo ambiente que tenía en su oficina o en una sala de reuniones en la empresa.
De igual manera me sucede con nuestra mascota, una bóxer de 10 meses, que ahora se echa a hacer su siesta a mis pies, mientras estoy trabajando y ha tomado tal confianza, que si no le abro empieza a ladrar hasta que la reciba, sin importarle si estoy en una reunión o no.
La realidad es que todos hemos intentado realizar nuestro trabajo de la mejor manera, acondicionando algún espacio en el que tengamos la tranquilidad, iluminación y conectividad mínima necesaria. Sin embargo, en la mayoría de los casos es la mesa del comedor de la casa, la que se transforma en un espacio de trabajo para mamá y papá y en escuela para los hijos.
Además deben las madres/padres compartir su tiempo de labores profesionales, con el de asistentes de la maestra, porque los niños, para todas las instrucciones, solicitan confirmación o explicación de parte de sus padres. Especial mención requiere el caso de muchas mujeres, que deben realizar las tareas de ser trabajadora, esposa, madre y asistente de maestra de forma simultánea.
No han dejado de suceder incontables anécdotas, como el hijo que entra con la cámara de la computadora encendida al baño a buscar a su mamá, para alguna consulta, sin saber lo que se va a encontrar o va a mostrar a sus compañeros o maestros. Tampoco falta el trabajador que tiene camisa de vestir y boxers o pantalón de pijama y se levanta sin haber desconectado la cámara o peor aún el que hace comentarios, a su pareja, sobre alguien en la reunión sin haber apagado el micrófono.
Un amigo me dijo “ ya no sé si trabajo en la casa o vivo en el trabajo”, pero no perdamos de vista que la oficina es la intrusa en nuestro hogar y que tiene que aceptar que estamos en nuestra burbuja familiar y por lo tanto compartir nuestra humanidad.
Es cierto que hay normas de etiqueta digital que debemos seguir, pero esta es nuestra nueva normalidad y entre risas y disculpas todos debemos explorar y explotar al máximo nuestra empatía y aceptación, porque por más precauciones que tomemos, esas situaciones jocosas o incómodas suelen suceder, a cualquiera, en el momento menos esperado.
Hagamos uso de la empatía digital.